Julián Agosta (1935-2008)
por Héctor Francia
Entrar al taller de Agosta, es altamente peligroso. sus esculturas: guerreros, fetiches, personajes, aún las abstractas, son como esos perros bravos, entrenados para dejarte entrar, pero si el amo te deja solo, no te permiten salir. Esto significa que te atrapan irremediablemente y debes andar con pie de plomo pues en cualquier momento, avanzan sobre vos y te rompen el “coco”. Esculturas vociferantes al estilo de los hierofantes sagrados del culto de Eleusis, o de los cemís también sagrados de los primeros igneris y tainos de las islas del Caribe. O las sagradas estelas de los Mayas Aztecas e lncas.
Hay mucho para contar en la obra de Agosta, tanto en las maderas como en los metales. La nobleza del oficio, sería repetir de ocioso lo que ya sabemos y queda demostrado en cada pieza que vemos aquí. En cuanto a lo conceptual, su adhesión al constructivismo, ha venido a enriquecer su visión expresionista del hecho plástico, llevándolo a producir una imagen en cuya síntesis reposa su creatividad.
La forma cerrada o abierta, erizada o mansa, siempre propone monumentalidad y esa condición vociferante que las hace inquietantes, peligrosas y comunicativas.
Agosta, tremendamente romántico, sabe como Beethoven que debe controlar su carga dionisíaca: equilibrar las partes de su obra y así no deja nada suelto, todo está medido, controlado, ajustada la realización al contenido y aunque siempre vociferantes, insisto; sus esculturas se establecen, están, con ese estar y permanecer, que es la realidad del arte americano.
Su herencia de sangre ítalo-siciliana, su oficio de herrero y forjador, su crianza criolla- mestiza-americana, como la de tantos que nos parecemos, hacen de Agosta un exponente valioso del arte actual de estas sureñas latitudes.
Héctor Francia / En Don Torcuato, 21 de septiembre de 1994, día de la Primavera.
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por Fermín Fevre
(..) Habría que recordar precisamente, que no existe patrimonio mayor para cada hombre que su memoria. Lo mismo pasa para los pueblos; la memoria es su bien más valedero. Esto ocurre porque la memoria, por otra parte tan indiscernible y desconocida aún para cada uno, se confunde con la propia identidad. Por eso la defendemos como un tesoro inapreciable. Está dentro de nosotros mismos y se nos hace visible en las instancias vitales, en los momentos en los que sentimos vibrar a nuestro ser. (…)
Fermín Fevre / fragmento del texto para el catálogo de la muestra COLUMNAS PARA LA MEMORIA- Agosto 1996, Museo de Arte Contemporáneo, Porto Alegre, Brasil
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por Laura Feinsilber
Julián Agosta posee ese sentimiento espontáneo, propio y personal que le permite expresarse sin censura; también ha aceptado la ayuda exterior e incesante de las ideas vecinas, por las que las ideas vagas que cada artista lleva en sí, están cobijadas, nutridas, perfeccionadas multiplicadas, alentadas.
Así, se enamoró de Rodin, de Pevsner, de Miró y de las propuestas estéticas de Torres García, romance éste más duradero, que modificó y enriqueció sustancialmente su obra en lo sensible.
Pero el arte pide sensaciones imprevistas y fuertes. Agosta las vuelca en las obras monumentales, totémicas, en hierro, formas rituales que se imponen apocalípticas, amenazantes.
Hay otro Agosta: el de las esculturas pequeñas-hierro o madera- donde concentra su lirismo, su imaginación, su amor por el oficio, cargadas de vivencias y sentimientos.
Mi amistad con Julián Agosta, un verdadero maestro, además de ayudarme a analizar su obra me ayuda como dijo Lionello Venturi: ´a mirar más allá de lo que se ve, a mirar con los ojos de la mente hacia el alma del artista´.
LAURA FEINSILBER
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