Guido Minerbi

Acerca de Guido Minerbi

Nació en Buenos Aires. Estudió en la Universidad de Washington de Seattle, EE.UU. (B.A. en Periodismo y M.A. en Comunicaciones).Vivió en EE.UU. e Italia. Es artista plástico y expuso en Argentina, Bélgica e Italia. Fue coordinador de Fundación Gillette, miembro del Consejo Directivo de la Fundación Cinemateca Argentina, secretario general del XI Congreso de la Federación Mundial de Asociaciones de Amigos de los Museos y Chairman de la IPRN (International Public Relations Network). Es Director General de la consultora Minerbi/Silveira Comunicación Corporativa.

Arte en Tren

Cada tanto conviene desempolvar el diccionario etimológico y descubrir el origen y el significado de algunas palabras que usamos sin valorar adecuadamente. Una es “arte”, tan usada y abusada…

Palabra antigua, que representa algo que acompaña a la humanidad desde las épocas remotas de las cuevas de Altamira. Como palabra, estas cuatro letritas son más recientes y se remontan a esa lengua a la cual debemos tanto como al latín y al griego – si no más: el sánscrito.

“Ar-ti” significaba “ajustar” o “encajar”. De ahí que, en su primera acepción, “arte” significara “habilidad, destreza u oficio” como los que se requieren para “encajar” o “ajustar”. Sus alcances se fueron ampliando hasta connotar las obras humanas bellas, surgidas gracias a la habilidad, el oficio o la destreza de quienes pasaron a llamarse “artistas”. Por un proceso evolutivo, el término “arte” pasó a significar “bellas artes”. Quien hoy habla de “arte” se refiere principalmente a escultura, pintura, dibujo y grabado. Pero eso es reductivo y un tiempo atrás vivimos una experiencia que nos lo demostró.

Panorámica de Toronto desde la Torre CN a 400m de altura - foto Carmen Silveira

Viajábamos en el emblemático tren -The Canadian- en Canadá, desde Toronto,a orillas del gigantesco Lago Ontario hasta Vancouver, asomada al Océano Pacífico.

Vancouver: arquitectura moderna y belleza a orillas del Pacífico - foto Carmen Silveira

Este viaje en tren se convirtió en el más largo de nuestras vidas hasta hoy: ¡tres días y cuatro noches en cada dirección! Solo admirar por las ventanillas los paisajes cambiantes fue una experiencia estética irrepetible, que nos hizo reflexionar que la Naturaleza es sublime como artista. Los humanos solo podemos copiarla, acaso reinventarla, pero nunca superarla: siempre terminamos remitiéndonos a ella, refiriéndonos a ella, inspirándonos en ella.

La experiencia estética que nos marcó como pocas otras se dio en el viaje de regreso, de Oeste a Este. La empresa que opera los servicios de pasajeros transcontinentales en Canadá -VIA Rail- tuvo la insólita y visionaria idea de contratar a dos excelentes músicas “folk” para ofrecer recitales en diferentes horarios y distintas secciones del tren que mide no menos de cinco cuadras, dedicándolos a la música “country” y a su variante conocida como “bluegrass”. Así conocimos a la personalísima Joanne Mackell -cantante, compositora y guitarrista autodidacta, émula de Bob Dylan, Joan Baez y Johnny Cash- y a Shelley Coopersmith, egresada del conservatorio, gran intérprete del fiddle (violín) y la mandolina.

Joanne Mackell y Shelley Coopersmith ofrecen un breve recital antes de la salida del tren desde Vancouver - foto Carmen Silveira

Joanne y Shelley lograron con su música -con su arte- que el viaje cobrara una trascendencia que no había tenido el de ida, sin “banda de sonido”.

Una cosa fue ver -a través de las ventanillas- desfilar como en una hermosa documental las bellezas y los colores del segundo país más grande del mundo, en un viaje que supera los 4.500 kilómetros en cada dirección. Otra fue ascender a otro nivel de captación, extasiarse en el mejor sentido de la palabra “audiovisualmente” ante paisajes, montañas, lagos, caudalosos ríos, cascadas, bosques, praderas interminables, pueblitos, nubes, sol, tormentas, estaciones perdidas en el medio de la nada.

"The Canadian": verdadero observatorio sobre ruedas para apreciar los cambiantes paisajes de Canadá bordea lagos, bosques y montañas - foto Carmen Silveira

El acompañamiento del traqueteo uniforme del tren plateado de los años 50, monumento “art deco” en acero inoxidable, y escuchar baladas memorables de neta raigambre escocesa, irlandesa, inglesa o, para resumir, céltica marcaron la diferencia.

El monte Robson con sus 3953m es el pico más alto de las Montañas Rocosas canadienses - foto Carmen Silveira

En tres días aprendimos muchas cosas… como por ejemplo que la música bluegrass (pasto azul) nació en el lejano Kentucky y que toda la música country, folk y bluegrass tiene una base común en lo que se define como música roots, o sea “de las raíces”. Dos entusiastas artistas como Joanne y Shelley nos mostraron un Canadá hermoso y diferente a través del prisma de su música, reinterpretando y enriqueciendo para nosotros una naturaleza de por sí generosa, sorprendente y cambiante…

"The plains": los llanos canadienses nos recuerdan las pampas lejanas - foto Carmen Silveira

Atravesamos varias zonas geográficas. En la Provincia de Manitoba, por ejemplo, los plains (llanos) nos recordaron nuestras tan chatas, ventosas y entrañables pampas. A la ida, los habíamos observado y valorado. Pero al regreso, escuchando la bellísima balada tradicional canadiense Four Strong Winds (Cuatro fuertes vientos) descubrimos su verdadera belleza. La primera estrofa de la balada basta para “captar” la esencia de esos parajes: “Four strong winds that blow lonely…” (Cuatro fuertes vientos que soplan solitarios…).

https://www.dropbox.com/s/hpk7s2y0bz6madl/Joanne%20Mackell%20-%20Four%20Strong%20Winds.wmv

Praderas infinitas, escasamente pobladas como las nuestras, se esfuman en la lejanía. Allí, por más que soplen juntos cuatro vientos huracanados, lo hacen en una total soledad, sobrecogedora y emblemática. El arte (¿la destreza?) de las dos ejecutantes sumó la belleza de la música a la de la naturaleza, agregando el toque humano que la naturaleza requiere para ser apreciada como la obra de arte que realmente es. Pocas veces escuchamos aplausos tan cerrados y sinceros.

La música de Joanne y Shelley se suma al encanto de grandes lagos que bordea el tren en la neblina - foto Carmen Silveira

Joanne y Shelley nos habían hecho “ver”, sumando las imágenes de nuestros oídos a las de nuestros ojos. Había estado lloviendo intensamente varias horas y mil tonos verdes definían la pradera. La lluvia se hizo llovizna, los nubarrones fueron disipándose ante algunos parches celestes y -de la nada- surgió un arco iris doble, nítido en la atmósfera tersa. Por un momento el silbato de la potente locomotora diesel compitió con el aplauso y le agregó intensidad… Plutarco citó a Pompeyo, quien alguna vez arengó a sus hombres diciéndoles que navegar era necesario, mientras que vivir no lo era. Hoy podríamos afirmar que también viajar en tren es necesario, pero que para vivir a pleno la experiencia, hay que enriquecerla sumando al arte natural de los paisajes el arte de la música.

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