Gregoria Perez 3266
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Mar a Sáb de 18 a 23 hs.
Del 16 de Octubre al 16 de Noviembre de 2012 - Inaugura: 19.30hs - Entrada: libre y gratuita
Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito
tenía, y sus hijos y mujer…era una delicia el ver cómo pasaba sus días
y cuando al cabo de tres años, según su relato, Fierro regresa de su exilio
y lo mesmo que el peludo enderecépa mi cueva.
No halléni rastro del rancho: solo estaba la tapera. Por Cristo, si aquello era pa enlutar el corazón, y juréen esa ocasión ser mas malo que una fiera
La casa, el hogar, es un universo complejo, cuyo habitante ordena de acuerdo a sus desganos y obsesiones. Es la imagen de un mundo, cuyo lugar benefactor, abrigado y seguro está justamente en ese centro que esta condensado en cuatro paredes o techo, como arquetipo de espacio protector.
Además, hay una identificación directa entre la casa, el cuerpo y los pensamientos, que realmente se hace evidente particularmente en el caso de una vivienda levantada directamente por sus moradores, de acuerdo a sus necesidades camperas. Todo resulta austero y directo, sin ornamentos constructivos, a la vez que necesariamente afín a lo orgánico del paisaje.
A esa unidad habitacional mínima, a esas cuatro paredes rurales de troncos, adobe, caña, chapa o tablas, QUIROGA las conoce en sus más diversas versiones y diseños.
Sin embargo, la sobriedad de esas construcciones contrastan con la riqueza de imágenes que él incorpora al simple ranchito. Nos introduce a las más impensadas entidades energéticas y sagradas del morador, que conforman y retratan su identidad. Y así, la imaginería termina por consagrar a esos cuatro rincones pobres.
VICTOR QUIROGA es un artista que no tiene intenciones de darnos ninguna lección ni mensaje, pero a través de este ámbito sencillísimo y elemental (el ranchito) nos conduce a un espacio mínimo y profundo, de gran simbolismo, presentándonos hombres comunes del norte argentino (particularmente del campo tucumano) de abigarrada iconografía mística. Es mas, los retrata sin enseñarnos sus caras, le alcanza con mostrarnos sus moradas.
Julio Lavallén / EL / Buenos Aires, octubre del 2012