Viamonte 525
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Tel 5555-5453
Mie a Dom de 14 a 20 hs.
Del 12 de Septiembre al 29 de Septiembre de 2013 - Inaugura: 19hs
Hilda Marinsalta
Superficie profunda
Lic. Luis Espinosa | Agosto de 2013
El primer estado que exige esta pintura es el de concentración, esto implica disponerse como espectador activo, a la búsqueda y espera de que su estructura conecte la conciencia y produzca resonancias.
Hilda Marinsalta viene de la experiencia del paisaje, la imagen figurativa, la que trata de ver lo que hay allí en el exterior.
En muchas de sus pinturas, incluía ciudades o naturaleza reflejadas en el agua.
Un sorprendente viaje a la ciudad de Marco Polo produjo un impacto tal que su misma pintura se movió en un sentido axial.
Lo que se había construido como imagen de paisaje exterior devino paisaje interior.
Todo el esfuerzo que ponía en el clima del relato figurativo mutó a una abstracción singular donde sólo es posible entrar desde una apertura y toda extensión se percibe como la inmensidad en donde nos sumergimos en nosotros mismos.
La misteriosa Venecia, la ciudad en el agua, impacta por esa conjunción de grupos edilicios cargados de historia, donde no se puede dejar de mirar en todas direcciones. Invariablemente la omnipresencia del agua genera el contrapunto permanente de estas producciones de la cultura con la fuerza de la naturaleza.
Cultura y naturaleza juegan en un diálogo que es casi una danza. La ciudad, emblema de la humanidad y sus producciones, lleva latente en sus cimientos la amenaza del agua que late permanentemente recordando el origen, el agua primordial de la que todos venimos.
Aquí la artista se detiene y concentra su mirada sobre la superficie del agua que se muestra con todo su poder. Pero el agua no consigue por sus propios medios mostrarse, para lograrlo necesita de la imagen de lo que está arriba. Como si no pudiera, el agua, contarse a sí misma sino a través de otra cosa.
El resultado en la obra se traduce en un alejamiento de lo real, una imagen que en principio se percibe caótica, abstracta en un sentido no geométrico.
La decisión de encuadrar el detalle de esa experiencia visual quita datos anecdóticos que alejan la imagen de la mímesis obteniendo una abstracción orgánica. Entonces lo que eran aquellos edificios y su racional diseño se deforman en la superficie del agua en movimiento.
Esta nueva forma plasmada en la obra se sustenta en esos dos polos antitéticos y a la vez complementarios: la ciudad, símbolo de lo humano en tanto cultura, entendida esta como la búsqueda del sostén de la vida más la intuición del sentido, se contorsiona sobre una superficie que la refleja pero que no se deja ver en su esencia. El agua, símbolo de la naturaleza humana en su costado más imprevisible y visceral sostiene aquella imagen y la transforma.
El color, necesario protagonista de esta experiencia, en realidad es lo único que vemos. En algunos casos despojándose de su cromatismo hasta ser sólo una escala de grises que refuerza el juego antitético de la propuesta.
Si bien hablamos de ciudad y de agua porque están en el origen de esta experiencia plástica, no es eso lo que vemos delante de las pinturas que Marinsalta nos presenta. Hay aquí una transformación que opera tanto en la artista como en el espectador (que señalábamos al comienzo con un oxímoron) que deja de ser pasivo para ser parte de la construcción del sentido de la obra.
Podríamos arriesgar que en esta serie de pinturas se manifiesta una experiencia profunda similar a la que expone el mito de Narciso tomando la versión del poeta Ovidio. La conciencia adormecida de Narciso se ve a sí misma reflejada en el espejo de agua y se enamora de su propia imagen. Al momento de darse cuenta que se ve a sí mismo, Narciso se afiebra en su imposibilidad de poseerse y se transforma en flor a la orilla del estanque en el que se reflejaba.
La clave está aquí en ese momento de darse cuenta: se descubre a sí mismo mirándose y rompe el narcótico impreso en su propio nombre. Se produce un autoconocimiento que lo transforma y plenifica el sentido de su propio ser.
Como en el mito, delante de estas pinturas nos vemos a nosotros en una introversión donde confluyen las estructuras más elevadas del hacer del hombre y la fuerza desaforada de la vida que empuja desde el fondo.
Morir a Narciso es entrar a un plano superior de conciencia que nos conecta con atención a la experiencia del otro. Ahí el lugar del arte que estas obras ocupan cabalmente.
La conciencia despierta que se mira en cada humano sobre el espejo de la cultura, para conocerse en su entera dimensión cuando reverberan los sonidos primordiales de la profundidad.
Lic. Luis Espinosa | Agosto de 2013
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