Posadas 1725
[mapa]
Tel 4804-1163 / 4804-4324
Mar a Vie 12 a 20 hs. Sab, Dom y Fer 10 a 20 hs.
www.palaisdeglace.org [email protected]
Muestra colectiva
Del 22 de Noviembre al 27 de Noviembre de 2007 - Entrada: libre y gratuita
Inaugura jueves 22 a las 19 hs.
Texto de Vanesa Guerra
En El Jardín de las delicias y otros manjares el ojo no se ampara en el llano, sino en el gesto de la llanura, el de alojar ombúes silvestres, animales incipientes con espíritu de planta. En la urbe porteña se los resguarda entre rejas y atrapados entonan cánticos solitarios, leves ronquidos dulces entre los pliegues de sus ramas profusas, copuladas de raíces que buscan el cielo, siempre en celo, ante el cemento indiferente de las moles ásperas y cuadradas.
En el jardín de la obra los manjares ruedan sus bocas poéticas y resisten sus cálidas trincheras, entre pelo y madera, esencia y natura. Arrasado de las formas que palpitan anda el mundo. Estirado y plano. Tensado hasta espejo ciego; adormilado nos devora curiosidades y afán: Tremenda aplanadora su alma involuntaria y precisa, hecha de esperanza no deseada, goce máximo de la pereza. Pero en la llanura, allí donde la planicie excede lo vasto y se relumbra de sol a fuerza de intemperie, y aún, a pocos kilómetros del grito de las sierras, en el ombligo de la sed, el gesto de alojar pliegues recuerda la intimidad alegre del movimiento, la colonia irreductible de seres que lo habitan. Si la inercia en su incapacidad de hacer experiencia-marca-huella es lo que funda el olvido, si el olvido funda la ignorancia, si la ignorancia funda la masacre del sujeto, lo que nos sacude e infunde
El jardín de Bordese y de Ronsino es un tiempo diferente, una apuesta a reconocer los pasos-pies-cuerpo y en ellos un camino: tiempo que aloja y hospeda al ojo, al ojo nunca perezoso, pues mil veces lo hospeda y mil veces nos lo replica, al ojo y a la historia, huella del tiempo del cuerpo apalabrado, de modo que es imposible transitar o discurrir estos jardines sin tener la certeza del dèjá vu, de una memoria amordazada que empieza a susurrar su aventura, su desdicha, su alegría, su cicatriz de palabra. En el gesto venturoso de estos pintores, en los diversos pliegues de la gesta de esta obra, en el diálogo que nos proponen, las voces murmuran nuestra condición de carne, de tierra, de espíritu y planta, de sexo y latido. En cada dèjá vu se presiente la diversa y múltiple humanidad que nos habita, natura dolida y resarcida de lenguaje.
Atreverse al jardín de Bordese y Ronsino nos hace un poco más sabios, es herramienta frente a lo no reconocido, pues en lo no recordado (quizás a fuerza de no poder bien olvidarlo), en esa zona donde la palabra no pudo tejer su necesaria memoria, este Jardín, que resiste en la delicia y el manjar, nos trae el rumor y el perfume de lo que alguna vez fuimos, y nos advierte que el tiempo que hemos dejado caer por íntimas perezas, es y será tiempo sin pliegues arrumbado en la planicie, una experiencia tan aséptica como deshecha.