Hoy mi tarea de limpieza energética en casas y lugares de trabajo, me llevó por el barrio de Parque Chacabuco donde, buscando la parada del colectivo que me regresaría a casa, fui testigo de otra escena con múltiples implicancias, pero quisiera escribir al menos sobre la más inmediata.
No sé por qué, la vida llamó mi atención hacia una situación que ocurría en la fila para tomar un transporte, en la que había una persona pegada al poste (primera en la cola), y la que le seguía, estaba parada a fáciles tres metros de distancia, cerquita de la puerta de un comercio.
Sucedió que llegó una tercera persona en espera del mismo colectivo, que se ubicó entre la primera y la segunda… y no fue por adelantarse en el turno sino porque jamás registró que había alguien más, debido a que la segunda persona estaba demasiado lejos, como a punto de ingresar por su puerta, a un local de loterías.
Yo creo que no soy capaz de transmitir fielmente el escándalo que armó la segunda persona, con visible miedo (muy exacerbado), pero que no admitía otra posibilidad que su propia actitud de extrema distancia frente a la espera en la fila.
Inútil fue que la tercera persona se disculpara y le explicara todo lo que ya les describí más arriba, puesto que no fue su intención “colarse”. La señora autoaislada, gritaba detrás de su barbijo cosas que a veces se identificaban como palabras conocidas e insultantes, y de a ratos no era posible distinguirlas de los alaridos de los animales. Verdaderamente era surreal y dantesco ese paso de comedia dramática callejera, impropio de seres civilizados.
Me lleva a pensar en fieras luchando por un hueso… Y es que la pandemia de miedo insuflado cada día, cada hora, en cada medio de comunicación, hizo su trabajo. El terrorismo sanitario cundió y nos deshumanizó o tal vez sólo reveló lo que metimos bajo la alfombra.
El virus nos detuvo y nos encerró de golpe con todo lo no trabajado, con todo lo no superado: falta de autoestima, confusión, paranoias, ansiedad, depresión, ataques de pánico, adicciones, violencia y nuestros miedos más profundos, traumas y tristezas, que antes se disimulaban en la rutina de trabajo, en la vida social o en la dinámica familiar.
De repente nos caímos al primer escalón de la pirámide de Maslow (supervivencia), y se nos cayeron también todas las máscaras que habitualmente nos calzábamos para maquillar lo que falta trascender… Estamos desnudos y en carne viva, nunca incluímos a la muerte como parte de la existencia, es más, históricamente hemos hecho y hacemos de todo para no pensar en ella.
El coronabicho nos interpela sobre el verdadero significado del materialismo al que siempre restringimos a la idea de superficialidad, pero es mucho más que eso. Éstos son tiempos de darse cuenta que “materialismo” es creer que sólo somos un cuerpo y que sólo existe esta vida.
Vos te preguntaste ya el propósito de tu existencia en este plano?
Yo estoy segura que no debe ser el de ladrarnos creyendo que el otro es el enemigo, y también sé que los miedos extremos que no nos atrevemos a mirar de frente para resolver o comprender, nos dejan fuera de juego… o de la fila para el colectivo.
Sandra Marconi