En nuestros viajes habíamos encontrado museos de distintas índoles y en las más insólitas ubicaciones, pero lo que no nos había ocurrido todavía era encontrarnos con un museo flotante y móvil.
Todo empezó semanas atrás, cuando nos invitaron a vivir una experiencia inesperada que requirió ir hasta Retiro y descubrir la Terminal de Cruceros Benito Quinquela Martín, frente a la Terminal de micros de larga distancia. Allí nos esperaba un esbelto barco -blanco, con casco azul muy oscuro- de la línea Holland America, el M.S. Zaandam.
En pocas horas más zarparíamos en dirección al extremo de nuestro continente, por no plagiar la expresión “fin del mundo”. En varias de las escalas que realizamos en dos semanas de crucero visitamos interesantes museos, como el dedicado a Joaquín Torres García en Montevideo, el Museo del Hombre y del Mar en Puerto Madryn, y el Museo del Fin del Mundo en Ushuaia. De hecho, allí nos hubiera interesado volver a visitar el emblemático Museo del Presidio, pero -al igual que muchísimos otros cruceristas argentinos y extranjeros- decidimos no hacerlo para mostrar nuestra disconformidad por el costo inexplicablemente exagerado de la entrada, que rondaba entonces los 15 dólares al cambio oficial. El Museo es administrado por una entidad supuestamente “sin fines de lucro”, lo cual parece irónico visto el precio de la entrada. Claro está que ninguno de estos museos flota, si bien todos están a no más de un par de cuadras del agua, ya sea del Río de la Plata, del Océano Atlántico o del Canal de Beagle. El Torres García está ubicado en la “Ciudad Vieja” -en Montevideo- no lejos del puerto y de la céntrica Plaza Independencia. Desde las ventanas del museo de Puerto Madryn se divisa el Atlántico y desde el Museo del Presidio y el Museo del Fin del Mundo se puede apreciar la belleza del Canal de Beagle y de las montañas que parecen resguardarlo con sus picos nevados.

La música acompaña el arte en el "museo flotante" como lo demuestra este detalle de una obra expuesta - Foto Carmen Silveira
Pero lo más notable es que al viajar en el Zaandam, el museo va con uno, flotando por los mares del mundo. Este moderno barco puede definirse como un barco “temático”

Reproducciones y ampliaciones de obras de Escher decoran algunas escaleras del barco y ayudan a identificar la cubierta en que uno se encuentra - Foto Carmen Silveira
ya que su refinada decoración se basa en obras de arte, ya sea originales o reproducciones. No sólo eso: dentro de la temática, puede afirmarse que un elevado porcentaje de las obras que navegan a bordo del Zaandam, destacan una “especialización” orientada a la música y a los navíos.
En el centro mismo de este barco, un majestuoso órgano color marfil, de forma cilíndrica, ocupa un hueco que se extiende verticalmente a través de tres cubiertas, lo cual da cuenta de su descomunal tamaño.

Atravesando tres cubiertas un gigantesco órgano da la nota al centro del Zaandam - Foto Carmen Silveira
En distintas ubicaciones del refinado barco -construido en astilleros de Venecia- hay vitrinas con instrumentos que pertenecieron a reconocidos músicos y “famosos” contemporáneos, autografiados por ellos.
Hay guitarras eléctricas con las firmas de Freddy Mercury, Carlos Santana, Eric Clapton y otros, incluyendo un saxofón que perteneció al ex-presidente Bill Clinton.
El museo flotante no deja de sorprendernos. Hay una gran cantidad de obras originales de un capitán, retirado hoy en una isla del Caribe, quien se especializa en pintar barcos de pasajeros con sorprendente verismo y lujo de detalles. En una de las cubiertas otra sorpresa: un sarcófago egipcio de la época de los faraones y la reproducción de maravillosos collares hallados en pirámides y sepulcros asombran a los pasajeros.

Réplica del collar encontrado en la tumba del Faraón Tutmosis III del año 1460 AC (aprox.) - Foto Carmen Silveira
Lo que más nos impactó fue una de las amplias escalinatas que van de una cubierta a las otras (al igual que los doce grandes ascensores del Zaandam). En el rellano de cada cubierta hay reproducciones de gran tamaño de los notables grabados de Escher, el gran artista holandés, donde la trama de la izquierda va integrándose con la que viene a su encuentro desde la derecha hasta que las dos se confunden sin aparente solución de continuidad y una parece haberse convertido enla otra. No sorprende que Escher haya sido elegido: tanto el capitán como sus oficiales son holandeses y el puerto de origen del barco -con capacidad para 1400 pasajeros y más de 600 tripulantes- es precisamente el de Rótterdam.

A lo largo del Zaandam, como corresponde a su bandera holandesa, uno se encuentra con obras de Escher - Foto Carmen Silveira
Este “museo flotante” no sólo cuenta con instrumentos musicales, pinturas y grabados, sino que contiene también notables esculturas.

En la cubierta Lido, una talla francesa en madera del siglo XVII representa a la diosa Minerva - Foto Carmen Silveira
El crucero recorre regiones remotas en el extremo sur. Lo más impactante fue navegar por el Estrecho de Magallanes, “descubrir”la señorial PuntaArenascon sus impactantes murales frente a la costanera, disfrutar del Canal de Beagle y de una verdadera procesión de glaciares, llegar por mar a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, atreverse a internarse hasta un par de millas marítimas del tempestuoso Cabo de Hornos y luego emprender el regreso hacia el Norte navegando entre glaciares, cumbres nevadas y los admirables fiordos chilenos hasta Puerto Montt y el destino final: Valparaíso. Toda esta maravilla de la naturaleza acompaña al museo flotante en su visita al “fin del mundo”. Se trata de una excelente oportunidad de admirar belleza dentro y fuera de un barco que prácticamente duplica el tonelaje del entrañable Eugenio C, que solía unir Génova con Buenos Aires…