por Viviana Muso
Más allá de los deseos de sus impulsores y de la presencia, cada vez mayor, de productos artísticos en el mercado global, lo cierto es que los fondos de inversión en arte no han logrado superar todavía su primera infancia y son muy pocos los que han alcanzado los objetivos que se propusieron al ser creados.
Actualmente, los fondos operan concentrados en las tres plazas más importantes en lo que hace a transacción de bienes artísticos: Estados Unidos, China y Gran Bretaña, aunque con notables diferencias en cuanto a su constitución, sus objetivos y su funcionamiento.
Surgidos por la conjunción de una serie de factores, en un contexto de crisis que alentó a los inversores a explorar nuevas alternativas frente a las que ofrecían las acciones y los bonos públicos, estos fondos enfrentan hoy varios desafíos.
Si bien comparten muchos aspectos con los fondos de inversión tradicionales, el mercado del arte no es convencional, no está regulado, ni es de consumo masivo, los datos y estimaciones que se difunden son dispares -ya que buena parte de las operaciones se producen en el ámbito privado- y existe mayor reticencia a invertir en un área de la que se sabe y se entiende poco.
La creación de un fondo depende de la definición de sus objetivos a partir de un estudio sobre los riesgos, la rentabilidad y los costos operativos y de gerenciamiento, que deben elaborar previamente especialistas en finanzas y en arte, que no tengan conflictos de intereses con sus funciones.
Los fondos de inversión en arte tienen altos costos operativos. Las obras tienen que ser almacenadas, conservadas y aseguradas y se deben pagar los honorarios de gerenciamiento que en muchos casos representan 20 por ciento de los beneficios obtenidos.
Las transacciones que lleva a cabo un fondo de arte, al comprar o vender obras, también son costosas por las comisiones y por los impuestos, llegando en ocasiones a representar 30 por ciento del monto de la operación.
Para algunos, los fondos de inversión en arte están sobreestimados ya que la mayoría desaparece antes de llegar a reunir el capital anunciado (por lo general, entre 20 y 100 millones de dólares) y en la actualidad sólo unos 30 están funcionando.
Una de las experiencias más exitosas es la del Fine Art Fund Group (FAFG), con base en Londres (actualmente tiene representaciones en el resto de Europa, Asia y América Latina) que maneja un conjunto de fondos de inversión en arte. Desde 2004, ha comprado obras por más de 150 millones de dólares y obtenido ganancias por encima de 25 por ciento anual (2011).
Las adquisiciones del FAFG se concentran en las obras de los grandes maestros (hasta 1800), impresionistas y artistas contemporáneos y su estrategia es obtenerlas por debajo de su precio, ya sea porque no lograron venderse en subasta o porque sus propietarios necesitan liquidez.
También hay fondos importantes operando en Estados Unidos y en China, muchos de los cuales sólo adquieren obras de artistas nacionales, y cuyas tasas de retorno son muy disímiles.
Lo cierto es que la mayoría de los inversores conoce poco sobre el mercado del arte, un sector que está sujeto a las modas y los gustos, y donde, por lo general, los compradores toman decisiones por razones emocionales, sociales y culturales. En otras palabras, es un mercado impredecible. No se puede saber qué período o qué artista se valorizará o decaerá.
Eso explica, en parte, el lento crecimiento de estos proyectos, ya que destinar capital a la adquisición de bienes cuyos precios (actuales y futuros) se definen por variables básicamente subjetivas resulta una decisión difícil a la hora de aportar, por ejemplo, los 100 mil dólares que requiere el ingreso a la mayoría de los fondos en Europa o en Estados Unidos.