Un recorrido por algunas de las maneras de representar y construir socialmente el mundo del arte y sus protagonistas. En búsqueda de tipologías y estereotipos del campo artístico.
Hace ya mucho tiempo que se ha puesto en duda la posibilidad de que exista la objetividad. Un buen número de disciplinas pertenecientes a las ciencias sociales, como por ejemplo algunas ramas de la sociología y de la semiótica, postulan que la manera en la que entendemos el mundo y lo que creemos sobre él es una construcción que se va forjando socialmente, por lo que sería correcto afirmar que no existe una realidad unívoca ni verdadera sino una infinita cantidad de realidades con las que día a día debemos convivir. Se podría decir que vivimos inmersos en ficciones que nosotros mismo creamos y que, haciendo una analogía un tanto feuerbacheana, terminan dominándonos.
Bastaría con preguntarle a cualquier hijo de vecino en una charla ocasional qué opina sobre los diarios con mayor tirada en nuestro país, quien muy probablemente dirá de ellos que carecen de objetividad y los acusará de defender sólo sus intereses o estará completamente de acuerdo con aquello que comunican porque coincide con sus propios intereses y con la idea de realidad a la que ese sujeto se ajusta. Hoy por hoy, la objetividad queda reducida casi a un mito, a una ilusión y ya nadie pierde el tiempo buscando conseguir una empresa tan utópica.
Antes de que se diera inicio a una reflexión acerca de los límites de la categoría de la objetividad, lo ficcional era un patrimonio que le pertenecía casi exclusivamente al universo artístico y esa condición era una de sus características fundamentales pero, como ya dijimos anteriormente, construir una ficción no es privativo del arte porque lo que llamamos realidad es también una ficción pero que goza del privilegio de ser elevada al valor de verdad. Por lo tanto, podríamos decir que el arte y los inagotables lenguajes en los que éste se expresa son fragmentos de realidad, son discursos que nos hablan sobre la manera en la que pensamos y experimentamos el mundo en el que vivimos.
La mayoría de las indagaciones o investigaciones que se han dedicado a explorar el ambiente artístico local y contemporáneo han pecado de perseguir la objetividad: si se quería saber cuál era el estado de situación se entrevistaba a las altas esferas del arte, a los directores de los museos o a los críticos y teóricos de más renombre en ese momento; otra estrategia era preguntarle al artista qué opinaba sobre campo en el cuál desarrollaba su trabajo y hasta se llegaron a hacer sondeos y estadísticas de la frecuencia con la que se asistían a los museos. Sin embargo, casi nadie se preocupó por lo que las obras de arte dicen por sí mismas. La exposición de esta situación no tiene por objetivo quitarle mérito a esos caminos elegidos porque, hay que reconocerlo, aportan información muy valiosa a la cuestión, pero tampoco podemos ignorar que otra manera posible de complementar los resultados de esas metodologías es interrogar directamente a las producciones culturales que, de seguro, tienen mucho para decirnos aunque no puedan hablar en nuestras palabras ni medirse en un gráfico estadístico.
Entre 2008 y 2009 la dupla de cineastas argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat estrenan dos films, El artista y El hombre de al lado, que expresan una mirada particular sobre algunos aspectos del ámbito artístico en nuestras latitudes y reflexionan acerca de sus instituciones y todo el abanico de personajes que en él participan. Ambas películas, que en definitiva constituyen discursos que piensan ambiente artístico local, son adecuadas para observar la manera en que es tematizado el universo del arte y las nuevas miradas (o no tanto) que construyen sobre él.
La leyenda del artista
Todos los que nos interesamos por el arte, y también aquellos que no, nos hemos preguntado alguna vez qué significa ser artista o qué es lo que se debe tener para llegar a serlo. En nuestros días la televisión está superpoblada a nivel mundial de reality-shows que animan a la gente común a mostrar sus aptitudes artísticas: The school of Saatchi, emitido por la BBC en 2009, fue un programa en el que uno de los coleccionistas de arte más famosos del mundo reclutaba jóvenes artistas desconocidos que competían por la posibilidad de lograr la consagración en el mundillo del arte londinense y otro de los tantos ejemplos, pero en el ámbito de la danza, es So yo think you can dance, que comenzó su primer ciclo en 2005 por Fox, y que también consistía en una competencia de bailarines que querían convertirse en estrellas de la danza. En estos shows se construye el imaginario de un artista con mucho talento pero que aún no ha sido descubierto o al que todavía no le ha llegado su gran momento, idea que se refuerza mediante algunas estrategias de guión, como la de relatar la historia de vida de los participantes que, en la mayoría de los casos, es excesivamente lacrimógena. Sin embargo, esto es una generalidad, ya que saber cuáles son las construcciones de la figura del artista que cada reality-show convoca es un trabajo por realizarse y que excede nuestras posibilidades aquí.
Con este ejemplo lo que proponemos es desmantelar la idea de que exista una definición estable de lo que debe ser o hacer un artista ya que, aunque busquemos hasta el hartazgo, no encontraremos nada similar a eso. Lo único que nos vemos en condiciones de afirmar es que a lo largo de los diferentes momentos de la historia de la cultura se han ido forjado una multiplicidad de ideas sobre lo que es ser artista, ideas que han permanecido o han ido modificándose con el paso del tiempo. En este sentido, El artista y El hombre de al lado son buenos ejemplos de la pluralidad de lo que podríamos denominar tipologías de artistas porque representan diversas concepciones que se han asociado a esta figura, unas muy actuales y otras que llevan largo tiempo circulando en la cultura. De las variadas construcciones que los films presentan en relación a la figura del artista hay dos que son fundamentales porque se oponen entre sí en muchos aspectos; pero principalmente en el hecho de que revelan un imaginario cultural del pasado que sigue perdurando en la actualidad en contraposición a otro más contemporáneo y que responde a nuestra época. Por un lado, se retoma la concepción del artista como un genio que crea sus obras mediante un rapto de inspiración transcendente, lo cual implica un tipo de reflexión propia del Romanticismo del siglo XVIII y más específicamente de Víctor Hugo, quien entendía la inspiración del artista como la expresión de una esencia. Sin necesidad de tanto historicismo, hoy en día sigue en pie el debate de si el artista tiene un don o talento innato o si simplemente es un trabajador como el resto de los mortales. Sin embargo, es preciso saber que esta es una discusión que se inicia en el pasado y que actualmente sigue vigente, por eso se la recupera, como si aún no se hubiera encontrado una respuesta satisfactoria. Otra mirada muy tradicional que aparece en estas películas acerca de la figura del artista es su filiación con la locura: Van Gogh, Beethoven, Poe, Artaud son algunos ejemplos de distintas épocas que reconfirman esa identidad entre arte y demencia que, por otra parte, fue reforzada por la construcciones biográficas que se han realizado sobre estos autores que, generalmente, encuentran los problemas psicológicos que sufrían como causa de su genialidad, e incluso podemos pensar también en el Art Brut, nombre de un movimiento artístico acuñado en 1945 por el artista francés Jean Dubuffet que se nutría de las manifestaciones artísticas llevadas a cabo por pacientes de hospitales psiquiátricos.
Por otro lado, tenemos una mirada más contemporánea sobre otro tipo de artista que podríamos llamar “artista del momento”. En nuestros días y, como ejemplo del campo de las artes visuales, podríamos pensar en Milo Lockett que es un artista plástico muy mediatizado quien desde el 2009 hasta aquí ha experimentado un boom en su carrera de tal magnitud que pasó sin medias tintas del anonimato a que sus diseños sean usados como separadores de programación en el canal de la televisión pública. También su vida, sus orígenes humildes en el Chaco y sus acciones benéficas han sido mediatizadas y cualquiera que esté mínimamente atento a las imágenes que lo rodean, quizás no pueda llamarlo por su nombre pero sí reconocer esos dibujos infantiles de colores plenos y estridentes. El artista del momento corre el riesgo de ser pasajero, es la novedad de hoy y el olvido de mañana, es por esto que sólo puede generar modas, pero nunca un estilo. El arte contemporáneo muchas veces toma prestado el funcionamiento de la moda; lo viejo siempre se vuelve a usar pero nunca sin sumarle algún toque desde el presente, consigna que los revivals y apropiaciones se han encargado de seguir al pie de la letra.
¿Qué ves cuando me ves?
En los films la reflexión acerca del espectador no tiene tantos recovecos como la de la figura del artista y, en cierto modo, es esta construcción unívoca la que habilita una discusión con una de las teorías más hegemónicas acerca de este tema, la de Jacques Rancière. En relación al ámbito del arte, el planteo central de este filósofo francés es el de cuestionar el rol del espectador entendido como algo separado de la acción, donde se adjudica un rol activo a aquel que hace, es decir, al artista y uno pasivo a aquel que mira. Su intención es reivindicar la actividad del espectador como un lugar de producción de significado, de asociación e imaginación y no de mera contemplación pasiva. Emancipándose de esa pasividad que le había sido asignada injustamente, el público pasa a ser parte de la construcción del objeto estético. Esta manera de entender al espectador sigue hoy en día muy en boga y muchos críticos, curadores e incluso artistas aluden a que es el público que, a fin de cuentas, termina de completar la obra.
Ambas películas debaten con esta postura porque en ellas se construye un tipo de espectador que busca respuestas a las obras de arte con las que se enfrenta aunque lo que sucede es que este proceso de emancipación al que se refiere Ranciére queda, en algún punto, vulnerado. Por un lado, se reconoce que el público tiene inquietudes frente a las obras y que se hace preguntas sobre el arte y, por otro lado, se manifiesta la necesidad de respuestas categóricas que resuelvan valorativamente la calidad de lo que se está viendo. En los films el espectador busca contestar este tipo de preguntas –cuál es el significado que encierra la obra de arte, si es buena o mala, etc.- pero no lo hace él mismo sino que apela a aquellos que tienen cierta autoridad dentro del mundo del arte creyendo que son ellos los portadores de las respuestas correctas.
En cierto modo, la única característica que se le atribuye al espectador parecería ser la de creer en las declaraciones o, podríamos decir, declamaciones de críticos, curadores o teóricos del arte como si fueran verdades indubitables, y es esto lo que determina fatalmente su pasividad. En estas películas nos encontramos con espectadores que no construyen sentido a través de su actividad, sino que reproducen el discurso legitimado que circula sobre la expresión artística con la cual se enfrentan, sin lograr quebrantar el espacio que los separa de ella.
En la actualidad, podemos pensar en la infinita cantidad de espacios de reflexión que existen y que nos “ayudan” a comprender el significado del arte contemporáneo. El creciente interés por saber acerca de arte ha habilitado cursos, seminarios o talleres que se dictan en diferentes ámbitos y ya no sólo en el marco de las universidades. Esto hace que se genere una idea de que existen ciertos códigos de lectura mediante los cuales se accede a las obras de arte, lo cual implica un pensamiento esencialista según el cual hay que atravesar varios niveles de complejidad hasta llegar al corazón de la obra, es decir, a su comprensión cabal.
Sin embargo, habría que preguntarnos qué nivel de independencia presenta la elaboración sensible e intelectual de los espectadores si hoy en día son cada vez más los discursos que median el contacto entre el público, su manera personal de experimentar o pensar determinadas manifestaciones artísticas y las obras mismas. Todas las instancias de legitimación, desde el museo, pasando por la galería de arte, los marchands, los críticos y hasta los curadores nos indican qué pensar y que no en relación al mundo del arte y éste es otro de los aspectos en los que ahondan los films.
La regla del juego
En ambas películas, pero sobre todo en El Artista, aparecen en escena lo que conocemos como instancias de legitimación que, en términos generales, son aquellas instituciones y profesionales que asumen el rol, consciente o inconscientemente, de trazar una distinción entre lo que pertenece al mundo del arte y lo que no.
Los films construyen la figura de los críticos de arte y los curadores como aquellos profesionales que poseen las competencias como para decidir qué es arte y qué no lo es. Sin embargo, esta capacidad de decisión un tanto despótica que poseen sobre el arte no es puramente arbitraria sino que viene dada por la posición que ocupan dentro del campo artístico ya que son ellos los encargados de producir discursos que legitiman o no a las producciones culturales y, por ende, a los artistas. Que el arte se haya vuelto una esfera con una relativa autonomía derivó, entre otras cosas, en que ya no sea suficiente que el artista se autoproclame como tal y que necesite de estas instancias de legitimación para convalidar su actividad como algo artístico, instancias que, por otra parte, le son útiles para difundir su trabajo.
El crítico de arte, una figura que se viene constituyendo firmemente desde el siglo XVIII y una figura más actual como la del curador, son los que teorizan y reflexionan sobre las obras de arte mediante publicaciones académicas o más masivas, conferencias, investigaciones, o desde el montaje de una muestra. Todos esos discursos que producen estos profesionales configuran una manera particular de darle un sustento o un marco teórico a las producciones artísticas, pero la mayor de las veces también implican un juicio de valor sobre las mismas. Hace un tiempo atrás, justificar conceptualmente su obra era un trabajo del artista, quien podía elegir entre exponer sus ideas públicamente o no. Hoy en día esa justificación está mediada por estas instancias de legitimación que ya son casi tan imprescindibles como inevitables, y es esto lo que genera en el artista una sensación de dependencia en relación a ellas.
Por otra parte, el museo es por antonomasia la institución que decide valorativamente sobre las producciones culturales tanto del pasado como del presente y todo aquello que constituye su acervo alcanza la consagración artística por ocupar en él ocupar un espacio. Sin embargo, los films no se ocupan de los museos sino de su versión más aggiornada, las galerías de arte. Hoy por hoy, estos espacios son los que exhiben el mayor caudal de arte contemporáneo y en las películas su actividad se construye como algo fuertemente ligado a lo económico. Lo que sucede es que las galerías no tardan tanto como los museos en absorber el arte más nuevo y la razón de esa rápida incorporación de obras en su colección generalmente tiene que ver con el beneficio monetario que éstas pueden generarle. Podríamos decir que en el ámbito de las galerías la obra de arte pasa a ser un bien puramente económico y en ellas aparece una figura clave, la del marchand o art-dealear, que cumple la función de asesorar a los compradores o coleccionistas de arte.
En este contexto que, no olvidemos es el que las películas construyen, nos encontramos con artistas que dependen tanto a nivel intelectual como económico de diferentes instancias de legitimación. Dentro del campo artístico el artista se presenta, en cuanto a la difusión y conceptualización de su obra, a merced de críticos y curadores y, en cuanto a lo económico, depende de galeristas y marchands.
El “mundillo” del arte
El campo artístico siempre es, como los demás campos, un espacio de lucha e intereses contrapuestos configurado por agentes e instituciones que ocupan diversas posiciones en relación a la legitimidad cultural que poseen, la cual consiste en poder hablar en nombre del arte y decidir qué es arte y que no lo es. Quiénes son los que tienen esas capacidades es algo que se define en la dinámica interna de ese campo que, aunque siempre es cambiante, reposa en algunos supuestos y complicidades que se generan por pertenecer al mismo ámbito.
En las películas hay una serie de cuestiones que definen el campo artístico que en ellas se construye. En él hay una fuerte presencia del intelectualismo y de todo aquello referente a cultivar y acrecentar los saberes y competencias en relación al arte, ya que los agentes del campo muestran un gran interés por estar al tanto de todo aquello que sucede en el campo. Sin embargo, frente a esa manifiesta avidez por el saber, aparece el esnobismo y la frivolidad de querer pertenecer a ese ambiente, de “hacer presencia” en la exhibiciones, de conseguir chicas que sueñan con salir con el artista más famoso o de la impostación que el mismo artista hace de su persona. En cierto modo, la construcción de los films sobre el universo del arte tiene muchos puntos de contacto con el del rock y su costado más vanidoso.
También se configura como un campo en el que constantemente se está buscando la novedad y la innovación, aunque esos intentos siempre sean provocaciones que no logran redefinir los principios de legitimación sino que quedan a un nivel muy superficial y, paradójicamente, reconfirman el orden establecido del campo. Muchos artistas llegan como la novedad y terminan siendo absorbidos por un sistema que los trata como un nuevo producto a vender, lo cual da cuenta de una vinculación del campo artístico con el económico. En relación a este tema, los films exhiben una innegable relación entre lo artístico y lo económico ya que presentan al mercado del arte como uno de los pilares fundamentales que permiten al campo artístico seguir reproduciéndose a condición de sujetarse a sus reglas y hacer a un lado las propias.
Las miradas que las películas nos otorgan sobre el campo del arte no pueden ser definidas como puramente optimistas o pesimistas sino que se encuentran a medio camino entre esas dos posiciones. Ambas nos muestran muchos de sus aspectos siempre con un toque de humor sarcástico, que es una marca de estilo muy propia de estos cineastas. En definitiva, las construcciones que los films presentan sobre algunas de las cuestiones más centrales en relación al arte nos permiten reflexionar sobre la manera en la que pensamos nuestra propia cultura pero también nos ayudan a desnaturalizar muchas de las representaciones que subyacen en todos los discursos cuando debatimos sobre arte o sobre cualquier otra faceta de nuestra realidad.
¿Quiénes son estos tipos?
Gastón Duprat y Mariano Cohn son dos realizadores argentinos que comenzaron sus carreras en el campo del cine y del video experimental. También dieron origen a formatos televisivos muy innovadores como Televisión abierta, Cupido, Cuentos de terror, entre otros. Aunque cuentan con una numerosa cantidad de cortos en su haber, el primer largometraje con el que debutaron en la salas comerciales fue Yo Presidente (2006), pero las películas que los llevaron a la popularidad y a la consagración fueron El artista (2008) y El hombre de al lado (2009). En este dúo de cineastas hay un tercero en discordia: Andrés Duprat, que además de ser el guionista de ambas películas, desarrolla su trabajo personal en el campo de la curaduría.
En El artista se narra la historia de Jorge Ramírez, un enfermero de una clínica neuropsiquiátrica que hace pasar por propios los dibujos que realiza uno de sus pacientes y que, montando esta farsa, logra introducirse en el mundo del arte y consagrase como el artista del momento. Una de las notas de color de esta película está dada por el hecho de que la mayoría de los actores son personalidades del mundo del arte como Sergio Pángaro, Rodolfo Fogwill, Alberto Laiseca y León Ferrari, quien además fue unos de los productores asociados del film. En El hombre de al lado se cuenta la historia de Leonardo, un diseñador industrial esnob y frívolo, que ve perturbada la tranquilidad impostada de su hogar por la aparición de un vecino que representa todo lo que él desprecia.
Otros mundos
Las películas de Cohn y Duprat no son las únicas que tematizan algunos de los aspectos del campo artístico. Existen muchos otros films que encaran el universo del arte desde una perspectiva ficcional o documental y que expresan una manera de ver y de reflexionar sobre lo artístico. Para dar cuenta de aquellas representaciones que subyacen en los films y que hacen referencia al mundo del arte no es totalmente necesario que la película tematice explícitamente algo referente a ese ámbito. Esto es lo que sucede con algunas de las películas de Woody Allen, como por ejemplo Vicky Cristina Barcelona (2008) o la más reciente Medianoche en París (2011). A pesar de que el tema central en Vicky Cristina Barcelona sea otro, es interesante ver cómo se tematiza la búsqueda del camino artístico de una de las protagonistas y de qué manera se pone en escena la relación caótica entre dos artistas que difieren en su manera de percibir el arte. En Medianoche en París, entre otras cosas, se tematiza el ambiente artístico de esa capital cultural por la década de 1920 en la que se forjaron algunos de los movimientos de vanguardia más importantes del siglo XX, presentando una mirada nostálgica sobre aquella época de debates artísticos e intelectuales y mediante la construcción de una figura heroica de los artistas del pasado que aún confiaban en el poder revolucionario de un arte unido a la vida cuestiona al artista de nuestros tiempos.
También películas como Los amantes de la música (1970) de Kent Russel, Pollock (2000) de Edd Harris, Frida (2002) de Julie Taymor o Pina (2011) de Wim Wenders, que oscilan entre el biopic y la ficcionalización, nos permiten observar cómo se construyen en ellos las figuras de estos artistas y del entorno en el cual desarrollan sus poéticas.
Yéndonos al plano del cine documental, encontramos películas como Shine a light (2008) de Martin Scorsese o Dream of life (2008) de Steven Sebring o Exit through the gift shop (2010) de Bansky que unificando fragmentos audiovisuales de las vidas de diferentes artistas (los Rollings Stones, la cantante Patti Smith y el grafitero Banksy,) construyen una manera particular de exhibir su trayectoria y también de entender sus obras.
Pensando en el cine nacional se hace bastante difícil encontrar películas que, aunque sea marginalmente, tematicen el mundo del arte desde un punto de vista ficcional como sucede en el caso de El artista o El hombre de al lado. Uno de los escasos ejemplos actuales es El mural (2010) que narra el proceso de creación de “Ejercicio Estético”, un mural de Siqueiros. Sin embargo, no sucede lo mismo con el campo del cine documental, donde encontramos una variedad de películas que tematizan lo artístico. Algunas de ellas son Los próximos pasados (2007) de Lorena Muñoz que también tematiza la realización del mural de Siqueiros pero en clave documental, Espejo para cuando me pruebe el smoking (2005) de Alejandro Fernández Mouján, que cuenta la historia de un artista que recolecta los restos que dejan las manifestaciones como cápsulas de gas lacrimógeno, cartuchos de escopeta, balas de goma o piedras que arrojan los manifestantes para luego crear sus obras con ellos o la recientemente estrenada De los barrios, arte de Fernando Romanazzo que tematiza la vida de algunos artistas plásticos de los barrios del oeste de Buenos Aires, su aprendizaje y las semejanzas y diferencias entre sus producciones.
Pero tematizar el campo del arte no es una exclusividad del universo cinematográfico sino que es algo de lo que cualquier lenguaje artístico se puede ocupar. En relación a cómo la literatura trae estos temas, en 2008 se publicó un libro muy curioso, que además fue un bestseller, escrito por Sarah Thornton y que se llamó “Siete días en el mundo del arte”. En él, esta licenciada en historia del arte y doctora en sociología canadiense recompone a la manera de un diario íntimo todas las experiencias y apreciaciones personales que le suscita haber asistido durante cinco años consecutivos a los eventos más importantes del arte contemporáneo, para luego elaborar una mirada sociológica sobre ese microcosmos artístico.
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Micaela Gorojovsky
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Actual estudiante de la carrera de Crítica de Artes en el IUNA, su primera formación fue en la carrera de Historia del Arte y Curaduría de la UMSA. Siguió profundizando sus conocimientos en relación al trabajo curatorial y también sobre el cine, uno de sus lenguajes predilectos. Hoy por hoy, colabora con algunas publicaciones virtuales de arte, participa de proyectos de investigación y su trabajo como crítica es independiente.